En el corazón de la Argentina, desde hace más de un siglo, la universidad pública ha sido una de las grandes conquistas sociales y culturales de nuestra nación. Sin embargo, muchas veces su importancia, su impacto y su verdadero significado son desconocidos o subestimados, especialmente por aquellos que nunca han tenido la oportunidad de cruzar sus puertas.
Opinión 16/10/2024 Dr. Darío Fernández
En el corazón de la Argentina, desde hace más de un siglo, la universidad pública ha sido una de las grandes conquistas sociales y culturales de nuestra nación. Es un espacio donde el conocimiento, la diversidad de pensamiento y la esperanza convergen, formando generaciones de profesionales, científicos, pensadores y ciudadanos comprometidos. Sin embargo, muchas veces su importancia, su impacto y su verdadero significado son desconocidos o subestimados, especialmente por aquellos que nunca han tenido la oportunidad de cruzar sus puertas.
Es crucial detenernos un momento y reflexionar sobre el valor de la universidad pública y su papel en la construcción de la Argentina moderna. No se trata solo de un centro de formación académica; es un motor de cambio social, un espacio de encuentro entre jóvenes de diversas realidades y un faro de esperanza para aquellos que, sin importar su origen, desean forjarse un futuro mejor. Es aquí donde el conocimiento, el esfuerzo y la dedicación tienen la posibilidad de convertirse en herramientas reales de transformación personal y colectiva.
La universidad pública argentina ha sido, desde sus orígenes, una puerta abierta para todos, sin importar el estrato social, económico o cultural. A lo largo de los años, ha acogido a miles de estudiantes que, gracias a su formación, se convirtieron en médicos, ingenieros, abogados, docentes, científicos y profesionales que hoy sostienen y desarrollan el país. Muchos de estos estudiantes, que llegaron desde los rincones más lejanos y humildes de la Argentina, encontraron en las universidades públicas la oportunidad que les cambió la vida, y no solo a ellos, sino también a sus familias y comunidades.
Es en las universidades públicas donde se gestan los grandes avances científicos, médicos y tecnológicos de nuestro país. Los hospitales universitarios, por ejemplo, no solo son centros de formación de futuros médicos, sino también espacios donde se realizan investigaciones clave que, en muchos casos, han logrado importantes avances en áreas como la oncología, la biotecnología y la epidemiología, impactando directamente en la vida de millones de personas. Las investigaciones sobre nuevas vacunas, el desarrollo de tecnologías para mejorar la salud pública o la innovación en energías renovables son ejemplos del papel transformador que la universidad pública juega en la sociedad.
Pero su impacto no se limita a lo académico o científico. La universidad pública es también un espacio de inclusión y de movilidad social. Para miles de jóvenes, es el único lugar donde pueden acceder a una educación superior de calidad sin que sus limitaciones económicas sean una barrera. En un país con profundas desigualdades, donde las oportunidades muchas veces están restringidas a aquellos que pueden costearlas, la universidad pública es el gran igualador: aquí, el talento, el esfuerzo y la dedicación son lo que define el éxito, no el dinero.
Además de su impacto en el campo profesional y científico, la universidad pública ha sido históricamente un semillero de ideas, de debates y de movimientos sociales que han impulsado cambios significativos en la historia de nuestro país. Desde la Reforma Universitaria de 1918, que sentó las bases para una educación inclusiva y libre, hasta los movimientos estudiantiles que han luchado por la defensa de los derechos civiles y democráticos, la universidad pública ha sido un actor clave en la evolución de la sociedad argentina.
Es un espacio donde se fomenta el pensamiento crítico, el debate de ideas y la libertad de expresión, principios fundamentales para el desarrollo de una sociedad democrática. En sus aulas y pasillos, los estudiantes no solo adquieren conocimientos técnicos y científicos, sino también una conciencia social que los impulsa a ser ciudadanos comprometidos con su entorno y su país. En un mundo donde el individualismo y la competencia predominan, la universidad pública sigue siendo un espacio de cooperación, solidaridad y construcción colectiva.
A pesar de todo lo que representa y ha logrado, hoy la universidad pública se enfrenta a uno de los mayores desafíos de su historia: la amenaza de su privatización. Quienes promueven este enfoque suelen argumentar que la privatización traería mayor calidad, eficiencia y competitividad a la educación superior. Pero debemos detenernos a analizar las verdaderas implicancias de esta idea.
Privatizar la universidad pública significaría cerrar sus puertas a aquellos que no pueden pagar, perpetuando y profundizando las desigualdades sociales. Hoy, cualquier joven con esfuerzo y dedicación puede aspirar a un título universitario, independientemente de su origen. Si la educación superior pasa a ser un privilegio solo para quienes tienen los medios económicos, estaremos condenando a miles de jóvenes a un futuro sin oportunidades. Aquellos que nacen en contextos vulnerables no solo se verán privados de una educación de calidad, sino también de la posibilidad de aspirar a un ascenso social legítimo. La educación dejará de ser un derecho y se convertirá en un bien de consumo, reservado solo para unos pocos.
Además, la privatización pondría en riesgo la producción científica y tecnológica del país. Gran parte de las investigaciones que se realizan en las universidades públicas están orientadas a resolver problemas sociales y a generar conocimientos que benefician al conjunto de la población, no al lucro privado. Si estas investigaciones dependen del financiamiento privado, es probable que muchas de ellas se orienten hacia áreas de interés comercial, dejando de lado los problemas que afectan a las mayorías.
Ante estos embates, es fundamental que como sociedad reconozcamos el valor inmenso de la universidad pública y nos unamos en su defensa. No se trata solo de preservar un espacio académico, sino de proteger un derecho esencial que ha sido conquistado con esfuerzo y sacrificio por generaciones anteriores. La universidad pública es el reflejo de una Argentina que apuesta por el conocimiento como motor de desarrollo, por la equidad como principio fundamental y por la justicia social como objetivo común.
Si permitimos que las fuerzas privatizadoras avancen, estaremos destruyendo uno de los pilares fundamentales que sostienen la esperanza de progreso de miles de jóvenes. No podemos permitir que la universidad pública se convierta en un privilegio, ni que se mercantilice el derecho a la educación. Defender la universidad pública es defender el futuro de nuestra nación, es defender la posibilidad de soñar con un país donde el conocimiento siga siendo accesible para todos, sin importar su origen o condición.
Por eso, hoy más que nunca, debemos levantar nuestras voces en unidad. Porque la universidad pública es la casa de todos, es el espacio donde se construye el futuro, y su defensa no es solo una cuestión académica, sino un deber social. La privatización sería un retroceso devastador, un golpe irreparable a la esperanza de miles de jóvenes que ven en la universidad su oportunidad de transformar sus vidas. Defenderla es defender el alma misma de nuestra Argentina, una tierra que ha sabido crecer y prosperar gracias al conocimiento y al esfuerzo colectivo.
No dejemos que el horror de una educación elitista y excluyente se convierta en nuestra realidad. Unamos nuestras fuerzas, porque solo en unidad podremos preservar este tesoro colectivo que nos pertenece a todos. La universidad pública es y debe seguir siendo la casa del pueblo.
El Dr. Darío Fernández es un investigador científico que obtuvo su Licenciatura en Biología Molecular y su Doctorado en Bioquímica en la Universidad Nacional de San Luis, Argentina, seguido por un Máster y un Doctorado en Bioquímica y Biología Molecular en la Universidad Complutense de Madrid, España. 
Su carrera comenzó en el Instituto de Histología y Embriología del CONICET en Argentina, luego se trasladó a Madrid, donde trabajó en el Departamento de Biomedicina Molecular del Centro de Investigaciones Biológicas del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. CIB-CSIC y posteriormente fue investigador en el Centro de Investigaciones Biomédicas en red de enfermedades raras CIBERer. Tras su retorno a Argentina bajo un programa de repatriación de investigadores, se incorporó como investigador del CONICET y Profesor Titular en la Universidad Nacional del Nordeste. Este regreso marcó un punto de consolidación en su carrera, donde continuó aportando tanto en la docencia como en la investigación científica. Debido al desfinanciamiento del sistema científico en Argentina, se vio obligado a migrar nuevamente a España, donde se incorporó a la Universidad de Burgos. Actualmente, es Investigador distinguido bajo el programa “Beatriz Galindo”, desempeñándose en la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad de Burgos. Además, es presidente del Consejo Editorial de la Universidad y Vicedecano de la Facultad. A lo largo de su carrera, ha combinado la investigación científica con la docencia, contribuyendo al avance de la biomedicina en ambos países.
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